Una vez más (como siempre, más que nunca), a F.P.L
La arena no es otra cosa que una lluvia de oro devaluado. Parece sobrenatural cuando yace mojada, risueña ante la ilusión de ser un espejo. La arena no es una superficie cómoda para dormir, para vivir, o para dejar el corazón; aunque hay ocasiones en que se prefiere el orujo al Champagne.
El mar no es otra cosa que la acumulación de todas las lágrimas que son, que han sido, y que serán. A nadie le importan: todos lloran por igual, y cada quien cree que su lágrima es más importante que los cinco océanos (que no son otra cosa que uno solo). Cada ola es un esbozo de sonrisa en el llanto; cada ola es mágica e inigualable, pues viene una sola vez, y nunca se repite. Luego vendrán otras, claro, pero jamás la misma. Esas que vimos, ¡no!, esas nunca volverán: en cada bajamar se va una vida, pero la pleamar traerá otra nueva.
El amanecer no es otra cosa que un sol que nace, uno de tantos. No el mismo que Ulises contempló en Troya antes de embarcarse; tampoco aquel que ayer murió en el poniente. Cada sol naciente trae nuevas esperanzas, distintas a las de mañana, de otro color, con otras nubes, con otras gaviotas; viene con esos, sus rayos, que impactarán contra tu pupila para iluminar e incendiar el horizonte. El amanecer, como todo lo efímero, es eternamente triste y hermoso. Como la montaña erguida contempla a los humanos al nacer (con la melancolía de lo que dura poco, de lo que se extingue inexorable y dolorosamente), así deberíamos ver al amanecer.
Contemplar el amanecer frente al mar tendido en la arena es algo terriblemente inútil, tal como escribir un cuento, enamorarse, hacer sonar una guitarra. Tan inútil,
tan breve,
y yo,
sin embargo...
...siento que algo perdura.
Muy bueno amigo leí algunos de tus relatos y tienen una calidad brillante. Mis felicitaciones
ResponderEliminarno perduraran los poemas escritos por bebedores de agua.
ResponderEliminarHoracio