martes, 9 de agosto de 2011

Picoteando en la grava con John Keats. Parte II




Y que se me perdone la desprolijidad y el haber comenzado la oración incial con un conector coordinante, pero sigo interactuando con John a través del tiempo y el espacio que nos separa: ahí está él sentado en el micro a la salida de los oficios diarios, ahí va caminando por calle 7, ahí entra en un bar y pide un clarete (ese tipo de vino francés del que tanto gustaba y que seguramente escasee en esta parte del mundo). En la tarde nublada de la ciudad meridional de acá veo la nebulosa Londres, tal vez la un poco más alegre Hamsptead, o por qué no la siniestra Tengmouth, donde John vio a su hermano Tom agonizar y escupir sangre mientras la individualidad del poeta se desvanecía. Y cada uno de esos lugares tiene algo de la urna griega que Keats fue imaginando a lo largo de su vida, ese vaso inexistente (se ha comprobado que no existe reliquia de la Antigua Grecia que posea todas las características que Keats le da en su poema, aunque tal vez la urna de la poesía sea una combinación de diversos vasos que John pudo haber apreciado en algún museo) que hace al poema más hermoso de nuestro poeta.
Imagino a John caminando por las plazas de la ciudad y uniéndose a la belleza de los árboles, al pulso del gentío, sólo para luego plasmar todo eso en la vibración de sus versos. Que esta vindicación de la poesía no se transforme en una apoteosis del poeta: no, revisemos la urna griega.
¡Ay! Ante mí ya no hay un mate y una hoja en blanco, sino que se abre un gentío de mujeres reluctantes, ¿de hombres o de dioses, John? ¡Oh, tú, esposa virgen de la calma, tú hija adoptiva del silencio y el tiempo apacible, dime! ¡Háblame! Que me hable a mí también John, tal como te habló a vos y te dijo que la Belleza era la Verdad, y la Verdad la Belleza. ¡Ay de esa bella urna que puede expresar un relato florido más bello que el de nuestros versos! ¿por qué ese gentío heteróclito dejó desolada su ciudad o pueblo de origen? ¿A quién le preguntarán sus calles desiertas, a quién llorarán su melancolía? Ellos no volverán: quedarán sujetos a la eterna urna, al mármol imperecedero. Acá tenemos, John, la melancolía de la belleza eterna. La alegría (Joy) de lo Bello no sería plena si no hubiera un pequeño atisbo de tristeza por lo inmutable.

(Digresión: caminando por las calles de Berisso en la ultraísta hora en que se mezclan las luces de los faroles con las luces de los locales comerciales y todo es un carrusel de humedad y pasos apresurados, se materializó ante mí la tierna escena de una nena que, ajena a la escenografía que la ciudad disponía para ella, jugaba a corretear con un perro lanudo tan desembarazado como ella. Instantáneamente vino a mí John, cuándo no, y no pude dejar de pensar que a él también le hubiera encantado y conmovido esa particularidad tan inocente y, en apariencia, banal. En el segundo mismo en que mi sistema cognitivo procesaba la relevancia de este input, el padre llamó a la nena a la voz de "¡Isabella! Vení para acá." Isabella, señores. Podría haber sido Madeleine, la enamorada soñadora de Prophyro, también, e incluso Cynthia, que es el nombre que Keats le dio a la luminosa Selene, amante de Endymion. John Keats en todos lados, en la vereda, en los nombres, en el recuerdo viviente de los que nunca mueren.

Digresión segunda: la identidad (o individualidad) de Tom Keats, enfermo de tisis, era tan fuerte que John se sentía invadido por ella, tal como relata en una de sus cartas. Vivir con el enfermo lo hacía convertirse en enfermedad misma (recordemos la ausencia de identidad personal en el espíritu del poeta, opuesta a la esponja que es la ya descrita identidad poética). Pues bien, hoy, junto a mi madre y su gripe pasajera, me sentí tan invadido por el estado que ella padecía que creí enfermar yo también. No apunto a una mera hipocondría, sino que intento expresar que sentí la enfermedad, la palé y fui parte de ella. La individualidad de mi entorno me hace ceder y caer, a veces, en un estado de etérea transparencia en que todo me afecta y me vuelve levemente camaleónico (volveré sobre el camaleonismo poético, si John y me despreocupada desproljidad me dejan). No es tu culpa, vieja. Soy yo que también debo tener algo de identidad poética, ya que tan poca identidad personal me queda. Si de a ratos soy Keats, fisicamente desaparecido hace casi 200 años, ¿cómo no me van a afectar los estornudos que ahogás, tan cercanos en el espacio y en el tiempo?

¿Y todo esto es bueno o malo, John?)

Siguiendo con Ode on a Grecian Urn, la urna que nos conmina a su encuentro...

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